
Artículo de opinión de Pascual Moreno Torregrosa.
Ingeniero agrónomo, profesor de la UPV y socio de CERAI.
En el año 1853 el Imperio Zarista quiere apoderarse de la península de Crimea para asegurar su salida al Mar Negro y enfrenta una guerra de tres años teniendo de contrincantes al Imperio Otomano, al Imperio Británico y a Francia, que acabará construyendo su Imperio en África Occidental y en la Conchinchina tras la Conferencia de Berlín de 1884. Medio millón de hombres murieron en esta contienda; la mitad a causa de enfermedades. Mientras los soldados se mataban o morían de cólera o tifus, la escasez de los productos básicos como el trigo, la cebada o el maíz, procedentes de este granero europeo, veían dispararse sus precios con lo que las hambrunas, que ya eran el “pan diario” de cada día en muchos países del Mediterráneo, se agudizaban y llevaban a la inanición o a la muerte a miles de personas. El arroz cultivado en los alrededores de la Albufera valenciana, que iba a substituir a los otros cereales que se importaban de las regiones en conflicto, esperaba alcanzar precios más ventajosos. Las desgracias de unos, la buenaventura para otros.
La guerra de Crimea precedió, como guerra imperialista, a la expansión colonial de finales del siglo XIX y principio del XX, y a la trágica “carnicería” que fue la I Guerra Mundial con un balance de entre 40 a 60 millones de muertos (población civil y militares).
Cuando las pasiones se exacerban, lo irracional prima sobre la sensatez y la reflexión; cuando la diplomacia y el diálogo son sustituidos por la intransigencia, el odio y la violencia, se recurre a las armas, a la confrontación bélica con su rosario de destrucción, y de muertes. Y quienes manifiestan su oposición a las posturas belicistas apostando por la paz, por la resolución dialogada de los conflictos, quienes claman por la hermandad y solidaridad entre los pueblos, y más si estos son vecinos, quienes condenan el rearme ante el estruendoso sonido de los clamores de guerra, generalmente quedan marginados, se les desacredita, se les ignora, se hace lo posible para que no se oigan sus voces, y si es posible se les elimina (física o socialmente).
En diciembre de 1914 Karl Liebknecht miembro del Partido Socialdemócrata alemán mostró su oposición a la guerra votando en el Reichstag (Parlamento alemán) en contra de los créditos de guerra. Fue el único de los 109 diputados de su partido que mostró esta posición. Junto a Rosa Luxemburgo, que mantenía una postura similar, fue asesinado en 1919 como represalia por haber defendido principios pacifistas y socialistas. Otro gran dirigente socialista francés Jean Jaurés que también se opuso a la guerra, quedándose en exigua minoría dentro del movimiento belicista de los políticos franceses, fue asesinado tres días después del inicio de la I Guerra Mundial.
A raíz del conflicto ucraniano, con la invasión rusa de este país, que hoy nos tiene expectantes y angustiados, la respuesta de algunos gobiernos europeos ha sido todo lo contrario a lo que hubieran preconizado Liebknecht, Rosa Luxemburgo o Jaurés: el rearme. El gobierno alemán ha aprobado en el Bundestag (Parlamento) un presupuesto militar extraordinario de 100.000 millones de euros, y, hasta la hace poco la neutral Suiza, va a destinar 2000 millones de euros a reforzar su ejército. Y en España veremos en los próximos meses un aumento del gasto militar, no sabemos para luchar contra qué enemigo, contra quién, pero por nuestra pertenencia a la OTAN y la dependencia de los EE.UU, marcharemos al son de los tambores de guerra que resuenan en muchos países de la vieja Europa.
Lo que más se necesita en estos momentos en la región en conflicto (Ucrania y los invasores rusos) es diálogo y distensión. Que actúe la diplomacia, los buenos oficios de quien merezca hacerlos. Enfriar los ánimos, encontrar soluciones a tan complicados, porque lo son, problemas de esa región. No se necesita en absoluto enviar armas a los ucranianos; su defensa debe ser asumida por organismos internacionales que hoy vemos, lamentablemente, ausentes. Ya ha cometido la Unión Europea bastantes errores en el pasado, previos al conflicto, como para con el rearme o el envío de armamento, echar más leña al fuego. Las armas, los fusiles, los proyectiles antitanques, no son plumas estilográficas con las que se pueda firmar la paz o un compromiso de solución. Sirven para matar a los soldados enemigos, y en muchas ocasiones también matan a parte de los amigos, a tu gente: mujeres, ancianos, niños, colectivo que también existe en el bando enemigo.
Y de las sanciones ¿qué? Con las medidas tomadas para doblegar a Rusia y hacerla que termine con su invasión y su guerra contra Ucrania, vamos a provocar que Rusia, enrabiada, adopte igualmente medidas para perjudicar a las naciones europeas que las han adoptado. ¿Será el petróleo?; ¿será el gas?; ¿los cereales de los que Rusia es el principal productor mundial, esencialmente trigo?; ¿minerales estratégicos necesarios para cantidad de usos industriales? Cómo explicar a los 850 millones de hambrientos que hay en el mundo (según la FAO) que no solo no van a recibir ayuda humanitaria con regularidad a causa del aumento del precio de los alimentos, sino que por no querer y saber dialogar, europeos y rusos, y llegar a alcanzar acuerdos justos y sensatos, ampliaremos el jinete apocalíptico del hambre a 400 ó 500 millones más en las próximas semanas o meses de africanos, de asiáticos, latinoamericanos e incluso de europeos.
Por no hablar de los millones de inmigrantes que se esperan lleguen a otros países europeos producto de esta contienda. Parece que ya han salido de Ucrania un millón de refugiados, y se espera que la cifra llegue hasta los 6 millones. La U.E se prepara para darles un recibimiento que no les ha dado a quienes huyen o han huido de otras guerras recientes como Libia, Yemen, Irak, Siria, Afganistán, o de las guerras ocultas, silenciadas o ignoradas periódicamente de Burkina Faso, Malí, Centroáfrica, Chad, Sudán del Sur, Palestina, Sahara Occidental, Myanmar y la etnia perseguida de los rohingya, y un largo etcétera. Se ha hablado ya estos días de emigrantes de primera y de segunda clase. Por supuesto que queremos que quienes huyen de Ucrania a causa de la guerra encuentren un espacio de paz,… y por el tiempo que sea necesario[1], hasta que puedan regresar a su país. Es lo mismo que pedimos en su día, y continuamos pidiendo, para los que huyeron de Asia, Oriente Próximo, África o América Latina a causa de guerras, golpes militares o campañas de exterminio; para aquellos que llegan en cayucos y pateras a las costas mediterráneas, dejando en el camino a centenares de compañeros que no tuvieron suerte en la travesía. Estamos a la espera de que se les den esos derechos que todo ser humano merece, que no se les ingrese en esas cárceles, o similares, que son los CIE, no se les devuelva enmanillados a los países de los que dieron el “salto” que en ocasiones no son los suyos.
Estamos asistiendo a un proceso de confusión en que vemos personas y personalidades que nos defraudan en sus posiciones y a los que creíamos que adoptarían posturas más acordes con el momento en que vivimos. De respeto a los derechos humanos, de propugnar el dialogo ante confrontaciones étnicas, raciales o nacionales, más en un momento tan crítico de la historia de la humanidad en que nos enfrentamos al enorme desafío de un cambio climático mundial, que ha venido para no irse y que no logramos al menos frenarlo o encontrarle alternativas, en ciernes de una crisis energética por el agotamiento de los combustibles fósiles, de déficit de recursos naturales de todo tipo (agua, minerales, bosques, pesca, etc), del inicio de un posible colapso de nuestro modelo civilizatorio, y ante todo esto no somos capaces de resolver un conflicto complejo, es cierto, en el corazón de Europa, y las alternativas que plantean los políticos europeos en sus soflamas y desinformaciones es el rearme y la guerra.
A diferencia de lo que decía Groucho Marx[2] yo proclamo: estos son mis principios y no tengo otros. Cada cual que examine los suyos y actúe en consecuencia.
[1] Cuando los problemas en Ucrania se resuelvan ¿habrán obtenido estos refugiados sus cartas de residencia y de trabajo, y unas condiciones dignas de vida, o estarán aun yendo de ventanilla en ventanilla exigiendo lo que un día, en la euforia de los “combatientes” europeos, desde sus despachos acristalados, les prometieron los responsables de los países de la U.E. [2] Una cita irónica del gran Groucho Marx: “Estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros”