Artículo de opinión de Pedro Escriche y Jorge Cavero, presidente y director de CERAI, publicado en la Revista Alternativas Económicas el 8 de mayo de 2020.
La crisis del coronavirus está generando un impacto colosal y creciente en las economías y sociedades de todos los países, además de la enorme pérdida de vidas que está conllevando. Las imágenes de ciudades vacías con hospitales desbordados y polígonos industriales parados se suceden en los medios de comunicación y en la retina de los pocos que salen de sus casas estos días.
Sin embargo, poco se está hablando del impacto que esta emergencia está generando en la forma de vida de los hombres y mujeres que se dedican a la agricultura, la ganadería o la pesca en todo el mundo y que constituyen las comunidades rurales que generan nuestro alimento a nivel global.
Nos encontramos ante una situación que parece haber tomado por sorpresa a políticos y economistas en todo el mundo. Y, sin embargo, no eran pocos los expertos que alertaban de la vulnerabilidad de nuestras sociedades basadas en la concentración de recursos y personas, la deslocalización de la producción, la destrucción y la sobreexplotación de los recursos naturales.
Como afirma Jordi Serra-Cobo, doctor en ecoepidemiología de la Universitat de Barcelona (UB) en una entrevista a El Periódico: “En el caso del covid-19, ha influido la pérdida del 30% de la superficie forestal del sudeste asiático en los últimos 40 años. Cuando destruimos masa forestal es para poner en su lugar asentamientos humanos. Y una parte de la fauna salvaje que estaba allí pasa a alojarse en estos ambientes”.
Por otro lado, es relevante señalar que las dos líneas de investigación del origen del virus que se están valorando están vinculadas directamente con la agricultura industrial. La primera señala que el origen del virus está relacionado con la venta de animales salvajes para la alimentación en China. Este mercado ha surgido como alternativa de subsistencia a causa de la presión económica creciente que el pequeño campesinado sufre por la industrialización de la producción agrícola desde los años 90, como señalan los antropólogos Lyle Fearnley y Christos Lynteris en un artículo publicado en The Conversation. La segunda línea, como señala el artículo de Grain del pasado 30 de marzo, vincula el origen del virus a las grandes explotaciones industriales porcinas de la provincia de Hubei.
En este momento, el impacto de la pandemia se está sintiendo en prácticamente todos los países en mayor o en menor medida, afectando a Europa y Estados Unidos de una forma más importante. Esto último ha llevado a considerar que el virus afecta más a los países ricos, aunque realmente han sido los flujos de la globalización, más intensos en esos países, los que han llevado a una mayor incidencia en ellos, por ahora.
La lucha contra la pandemia, por el momento sin una vacuna identificada, pasa por tomar medidas de paralización de la economía y aislamiento social para disminuir y escalonar la transmisión de la enfermedad. Frente al economicismo imperante, estas medidas nos han llevado a poner sobre la mesa la importancia de lo más básico para nuestra supervivencia como individuos y sociedades: la alimentación, la salud, la educación, la investigación y el trabajo.
El impacto socioeconómico potencial de la pandemia a nivel global está aún por evidenciarse. Sin embargo, si consideramos el daño producido ya en los países europeos y Estados Unidos, con sistemas sanitarios, sociales y económicos avanzados, es previsible que éste sea de mayor magnitud en los países cuyos sistemas están menos consolidados o, simplemente, son casi inexistentes.
En primer lugar, los ya de por sí deficientes sistemas sanitarios de esos países difícilmente van a poder hacer frente a los problemas de salud originados por el virus entre una población mayoritariamente vulnerable.
En segundo lugar, las medidas de confinamiento, de producirse, pueden favorecer otras enfermedades por el hacinamiento de las familias en infraviviendas e incluso el hambre de una buena parte de la población, dada la ausencia de subsidios por desempleo o de apoyos gubernamentales. Además, hay que añadir que la población de los países empobrecidos ya está viéndose afectada por la reducción de la llegada de las remesas de sus familiares que trabajan en Europa y Estados Unidos, debido a los despidos o la congelación de sus contratos.
En tercer lugar, la organización de los servicios básicos y los sistemas de acceso y distribución de bienes esenciales como la alimentación o el agua y saneamiento son muy débiles, por lo que se prevén potenciales problemas de abastecimiento de estos productos básicos.
Por último, se está viendo que la atención y todos los esfuerzos de la comunidad internacional se están concentrando en los países donde más ha avanzado el virus. El envío de medios y recursos para mejorar los sistemas sanitarios y sociales en los países empobrecidos no se está afrontando por la falta de recursos médicos, sanitarios y sociales. Los recursos de la Cooperación Internacional al Desarrollo son los únicos disponibles en el terreno a corto plazo, por lo que es importante hacer un llamamiento internacionalista a asegurar el apoyo continuado a las políticas de cooperación para fortalecer y asegurar el acceso a los recursos básicos.