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8M2025: Mujeres que alimentan al mundo y protegen el planeta

Gloria Martín, Aïsata Abdoul Bâ, Agustina Zenteno, Maykelis Torres, María Moreno, Sukaina Sghayer, Julia Cruz, Fati Abou, Glana Brahim, Fatima Samba, Merche Virgil, Djeneva Aw… Todas estas mujeres, entre millones, demuestran cada día que existe otra forma de relacionarnos con la tierra. Ellas, agricultoras todas, lo hacen desde el respeto y el compromiso. Lo hacen también con la esperanza de que en plena emergencia climática, existen fórmulas para adaptarnos, para resistir y para impulsar otro sistema que beneficie a las personas y al medio ambiente. Ellas son una pequeña, pero valiosa representación de las mujeres que se han enfrentado a los peores efectos del cambio climático aquí y allá. Ellas son una pequeña representación de las mujeres que alimentan al mundo y protegen el planeta.
De Norte a Sur, las mujeres son las principales afectadas por el cambio climático. Esto agrava la desigualdad de género existente y plantea amenazas únicas a sus medios de vida, salud y seguridad. Las probabilidades de morir tras un evento climático extremo son 14 veces más altas para mujeres, niñas y niños que para los hombres, según destaca ONU Mujeres. Y en este escenario, además, el Banco Mundial estima que más de 143 millones de personas podrían ser desplazadas para el año 2050 debido al cambio climático. La mayoría de ellas serán mujeres y niños.

Por su parte, la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en uno de sus últimos informes, también señala que los fenómenos meteorológicos extremos afectan de manera desproporcionada a la población rural de los países de renta media y baja, especialmente a las mujeres.

Pero con este escenario, las mujeres son también las que en todo el mundo implementan más rápido técnicas e iniciativas para prevenir y afrontar los efectos del cambio climático. Porque como dice Yayo Herrero, “no hay economía ni tecnología ni política ni sociedad sin naturaleza y sin cuidados”. Y esta máxima es la que ocupa las cabezas y las manos de estas mujeres que viven en Bolivia, Senegal, Sahara, Mauritania, España y Cuba.

Bolivia: entre el fuego y la sequía
En el último año, los incendios han arrasado cerca de 10 millones de hectáreas en Bolivia. Estos han tenido un duro impacto sobre los ecosistemas, la fauna y las comunidades locales. Y además, tras estos puede llegar un agravamiento mayor de las condiciones de sequía en ciertos territorios.

“Aquí en el campo, el tiempo ha cambiado mucho, el calor ha aumentado, hay poca lluvia. Los juturis (vertientes) se están secando y la tierra no produce como antes. Pero aquí seguimos, viviendo de nuestra producción y de la ganadería. Antes las lluvias eran desde el mes de octubre y hasta el mes de abril no había sequía como ahora. Entonces, producíamos muchas variedades de papa de forma tradicional, ahora en nuestra región la producción es de autoconsumo”, cuenta Agustina Zenteno.

Esta mujer de 56 años, que vive en el municipio de Pojo, en Cochabamba (Bolivia) comparte que, aunque no es fácil, a través de la formación recibida de la mano de Centro de investigación y promoción del campesinado (CIPCA), las mujeres de su comunidad han aprendido a cuidar el agua mediante trabajos de reforestación, protección y conservación.

Pero aunque las mujeres ningunean los obstáculos diarios, Julia Cruz, agricultora en el municipio de Acasio, insiste para que su empeño no invisibilice una grave problemática . “La falta de agua nos afecta mucho, especialmente a las mujeres, ya que debemos acarrearla para el consumo desde una distancia de 1 a 2 kilómetros. Aunque este año ha llovido mejor que en años anteriores, seguimos enfrentando dificultades”.

Inundaciones en Mauritania y Senegal
Mauritania, como espacio de El Sahel, es uno de los territorios del globo donde los efectos del calentamiento global son más visibles. La población se enfrenta a largos periodos de sequía, también a lluvias que son inciertas y en ocasiones, pueden provocar inundaciones. En octubre pasado fue activada la alerta roja en varias ciudades mauritanas debido al aumento de la crecida del río Senegal. Las fuertes lluvias provocaron las inundaciones de parcelas agrícolas en la región de Gorgol, en el sur de Mauritania.

Para afrontar estos efectos, el conocimiento y la aplicación de nuevas técnicas agrícolas son esenciales. “He recurrido a cultivos adaptados a las circunstancias durante este periodo, como por ejemplo la okra y el hibiscus, habituales en las cocinas de los hogares de la zona”, explica Djeneva Aw, horticultora en la región de Gorgol.

Para Fati Abou es esencial el apoyo prestado a través de la Association Mauritanienne pour l’Auto-Développement (AMAD). “Recibimos insumos, como semillas y un pulverizador de mochila. Y de la mano de la entidad, aprendí sobre el cultivo del huerto y la elaboración de biopesticidas, compuestos a base de hojas fermentadas de nimbo (árbol de neem), una especie de árbol disponible en la zona, y de jabón casero”.

La región de Podor, en Senegal, también se enfrentó en octubre a condiciones meteorológicas extremas, el río Senegal se desbordó y hubo inundaciones devastadoras que afectaron a las comunidades con enormes daños. Esta situación ha sumido a la población en una crisis económica, alimentaria y sanitaria.

“La mayoría de los animales murieron a causa del frío, la mayoría de las casas se derrumbaron, los cultivos quedaron destruidos y los habitantes del pueblo tuvimos que ocupar espacios públicos como almacenes y escuelas”, relata Fatima Samba, asistente de uno de los proyectos desarrollados por CERAI en el país.

Para Aïsata Abdoul Bâ, también asistente en otro de los proyectos de la organización, este fenómeno viene del tiempo de sus ancestras, quienes para vivir en tales circunstancias practicaban la cultura Walo y Diery. ”Durante las inundaciones vivían en el Diery y cultivaban sandías, sorgo, maíz y otros productos. Y después de las inundaciones se trasladaban al Walo, a orillas del río, para cultivar hortalizas y arroz; en otras palabras, nuestros antepasados eran nómadas entre el Walo y el Diery”.

Sin embargo, la joven opina que en pleno siglo XXI ya no se puede adoptar este método. “Hay niños que tienen que ir a la escuela y el hecho de ir y venir puede perturbarlos. Creo que el Estado debería urbanizar las tierras del Diery y permitir que este estrato permanezca en el lugar en zonas que no se inunden y se dedique a los cultivos”.

Cuba: azotada por el huracán Rafael
En noviembre de 2024, el huracán Rafael impactó especialmente en las provincias de Artemisa, Mayabeque y La Habana con categoría 3 (vientos sostenidos de 180 km/h) y fuertes lluvias. Artemisa y Mayabeque son principalmente agrícolas y resultan fundamentales para la seguridad alimentaria de La Habana, ciudad en la que la CERAI apoya la producción de frutas y verduras de proximidad.

Y cuando todo pasó, quedó mucho por hacer. A Maykelis Torres, coordinadora municipal de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) en Mayabeque, le gusta alimentarse especialmente de esperanza para afrontar la recuperación tras una situación catastrófica.

“Las tierras agrícolas quedaron inundadas y afectó mucho a nuestro sustento. Pero en medio de esa adversidad, llega también el momento de la solidaridad. Y todos nos ayudamos a recoger, a limpiar, a reconstruir y a compartir los pocos recursos que nos han quedado. Y entonces, aunque es difícil, se siente una profunda conexión con la tierra”

Gloria Martín, coordinadora de Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas (INCA), también en la provincia de Mayabeque, hace hincapié en el uso de prácticas que tienen un comprobado impacto positivo. “En tiempo de lluvia, acumulamos el agua, la guardamos en el suelo, que es el mejor lugar, para así después tener un suministro estable a través del uso de pozos. También hacemos uso de la biotecnología, a través de los microorganismos que viven en el suelo y que ayudan a la absorción más eficiente del agua. Y algo que también funciona es el reciclaje de la materia orgánica del suelo que mejora mucho los cultivos y retiene el agua del suelo”.

Sahara: la rara imagen de un desierto inundado que siempre se viste de sequía extrema
En septiembre, tras varios días de lluvias continuadas, una gran tormenta sacudió el campamento de Dajla provocando fuertes inundaciones. El Gobierno Saharaui declaró Djala como zona catastrófica. Alrededor de 3.000 personas se vieron afectadas,  al menos, 850 personas lo perdieron todo.

“Raras inundaciones” tituló la BBC al visibilizar el fenómeno, porque lo habitual en el Sahara es la escasez de lluvias, la falta de vegetación y la intensidad del calor, que puede alcanzar los 50 grados centígrados en verano, además de la sequía extrema.

A Glana Brahim, coordinadora de la daira de Umdreiga, en la wilaya de Dajla, y lideresa de unos de los huertos en la zona, le brilla la mirada al hablar de cómo afronta los efectos de estos fenómenos. “He conseguido adaptarme a los efectos del cambio climático. Por ejemplo, estoy plantando más árboles alrededor de la casa para ayudar a refrescar el aire. También he habilitado zonas específicas para depositar los residuos y he alejado las granjas de animales de las casas para reducir las emisiones de gases tóxicos».

Para Sukaina Sghayer, coordinadora de la daira de Glaibat Elfula, en la wilaya de Dajla y lideresa de otro huerto, la adaptación también forma parte de su día a día. Y desde el arrojo, no desde la resignación lo cuenta. “Sí, es una región difícil y dura, y no es bella, salvo la belleza de sus dunas de arena que, si sopla el viento sobre ellas, te engullen, y si el calor del verano se intensifica, te queman. Es mi región, vivo en ella, me adapto a ella y la conozco muy bien, hasta el punto de saber cómo desenvolverme”.

La Dana: lo imposible llegó a València
La Dana, que a finales de octubre de 2024, afectó a Aragón, Castilla-La Mancha, Andalucía, o Cataluña, tuvo su mayor impacto en el País Valencià. Y ha sido uno de los episodios climáticos más destructivos de las últimas décadas ocurrido en el estado español. Un fenómeno con consecuencias devastadoras a nivel humano, ambiental y material.

La joven agricultora María Moreno, responsable del proyecto Camí Horta del Camí Vell, lo recuerda con mucho miedo. “Me he dado cuenta de lo vulnerables que somos frente a los efectos del cambio climático, en especial los agricultores y las agricultoras. Es necesario exigir medidas al Gobierno para hacernos más resilientes frente a estas situaciones climáticas extremas, ya que el cambio climático acelerado ya no se puede revertir”.

La tristeza y la resignación se adueñan también del semblante de Merche Vigil, agricultora y responsable de La Carterva en Chelva (València). “Aunque nuestra afectación por la Dana ha sido menor, comparada con lo que hemos podido ver en otras zonas próximas, nos ha servido para reafirmamos, más si cabe, en nuestra práctica agroecológica”.

Ambas están de acuerdo en que este desastre no se supera fácilmente. “No sé si se irá el miedo por que pueda volver a pasar. Aunque hemos podido continuar con nuestro proyecto, gracias a mucha ayuda recibida de asociaciones como CERAI, es vidente la necesidad de colectivizarse, trabajar en red con movimientos y otras personas, ahora más que nunca”, reivindica María.

Hoy, 8 de marzo, las mujeres saldremos a las calles para, a voz en grito, un año más, denunciar que el capitalismo es patriarcal, ecocida, racista e injusto. Gracias, Gloria, Aïsata, Agustina, Maykelis, María, Sukaina, Julia, Fati, Glana, Fatima, Merche, y Djeneva por colocar el cuerpo. Gracias por alimentar al mundo y por proteger el planeta. Porque el futuro será ecofeminista o no será.

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